ECLESIOLOGÍA
ECLESIOLOGÍA DE COMUNIÓN E IDENTIDAD DEL SEGLAR LASALLISTA
“Es curioso, sería mejor decir providencial, ver cómo el camino recorrido por la Iglesia y la Vida Religiosa en los últimos años nos ha llevado a todos a vivir una espiritualidad de comunión y a abrir las potencialidades de nuestro carisma a otros. En nuestro caso, además, esta experiencia se ve reforzada por nuestro voto de Asociación que hoy estamos llamados a ampliar, no necesariamente como voto pero siempre como actitud, a todos aquellos que desean hacer suyo el carisma de La Salle en su propio estado de vida.
La “Asociación”, desde los orígenes de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, más que una estructura, ha sido una fuerza que nos ha “unido” en el proceso de sostener y realizar juntos la misión para la que Dios nos “convocaba, consagraba y enviaba”. “Asociados para la Misión”, los Hermanos han vivido durante casi tres siglos el ministerio de su vocación laical en el mundo y en la Iglesia para el servicio educativo de los abandonados y pobres.
Hoy no estamos inventando el relato. Lo vivimos, porque formamos parte de él. Y, al intentar decirnos lo que nos ha pasado, encontramos de forma más o menos aproximada, las palabras que nos ayudan a entender la aventura. Y como sucede tantas veces en la Biblia y en la vida de cada persona y de cada pueblo, en sucesivas narraciones de los mismos hechos vamos encontrando otras palabras que nos revelan mejor la experiencia, o que nos descubren otras facetas de la misma experiencia que tal vez no habíamos advertido en la primera narración.
Es lo que nos ha pasado en los últimos años: estamos narrando de nuevo nuestra historia, poniendo nuevas palabras o redescubriendo una nueva fuerza en las antiguas, porque hemos caído en la cuenta de esta perspectiva que había quedado semiolvidada. (cf. Instituto de HH.EE.CC, Boletín nº 250 – 2005 Asociados para la Misión Educativa Lasallista – H. Miguel Campos – Presentación)
1. UN PROCESO ABIERTO
Desde el 39º Capítulo General (1966-67) se da una progresión simultánea en la toma de conciencia de que los seglares participan también en el carisma lasallista hasta llegar a asociarse con el Instituto de los Hermanos para la misión lasallista, y en la toma de conciencia del sentido e importancia del voto de asociación en la consagración e identidad del Hermano.
El Capítulo General del año 2000 es la cúspide en esta doble progresión: al mismo tiempo que se propone abiertamente la asociación a los seglares, se invita al Hermano a contemplar su propia identidad desde la perspectiva del voto de asociación. Y se señala el acontecimiento de 1694, la consagración de Juan Bautista de La Salle y doce Hermanos mediante el voto de asociación para el servicio educativo de los pobres, como el eje sobre el que gira todo el relato lasallista, incluido el nuevo capítulo que se está empezando a escribir.
El Hno. Alvaro Rodríguez en la Carta Pastoral antes citada nos dice:
“Tres factores han influido en esta nueva manera de considerar las cosas:
- Una eclesiología de comunión y el redescubrimiento del papel del laicado.
- Una nueva toma de conciencia de las potencialidades del carisma.
- La disminución de las Vocaciones y el envejecimiento que dificultan el sostener las obras.
2. “ESTE ES EL TIEMPO DE LA GRACIA”
En el marco de un mundo en cambio (o un “cambio de mundo”)
Recordemos los procesos de democratización y participación creciente, la secularización, la globalización, la universalización y aceleración del cambio, grandes movimientos migratorios, interculturalidad y encuentro interreligioso, choque/alianza de civilizaciones…
Los cinco coloquios sobre el mundo contemporáneo y su impacto sobre la misión de educación humana y cristiana celebrados a raíz del 42º Capítulo General (Las familias de hoy. La globalización en un mundo diverso. Las megalópolis como fenómeno social. Nuevas técnicas de comunicación y Comunicar la fe hoy) muestran cuánto el Instituto, teniendo en cuenta el nuevo contexto social, se ha esforzado por asegurar la misión que siempre le ha caracterizado: responder a las necesidades educativas de los jóvenes y los pobres en el mundo contemporáneo.
2.1 Eclesiología de comunión y redescubrimiento del papel del laicado
Somos parte de una Iglesia que, durante estos últimos 40 años, ha recuperado la conciencia de una identidad que define como “comunión para la misión”. Misión y comunión son dos conceptos que deben ser vistos simultáneamente si se quiere comprender su significado en el marco eclesial, y si se quiere comprender a su luz el sentido de la Asociación lasallista.
Ambos conceptos se integran en la “eclesiología de comunión”, que es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio (ChL 19.1). Misión y comunión son las dos dimensiones esenciales de la fe cristiana; nos permiten entender, o más bien, introducirnos en la identidad o misterio de la Iglesia. “Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la “identidad” de los fieles laicos” (ChL 8.6) como de los demás fieles que componemos la Iglesia.
La evangelización, como fuente original
A los 10 años del Concilio Vaticano II, el documento Evangelii nuntiandi de Pablo VI desarrolla una síntesis de la identidad de la Iglesia en torno a la evangelización. Se presenta a la Iglesia como una comunidad que intenta ser evangelizadora y evangelizada al mismo tiempo: “La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia. … Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar.” (EN 14)
El Misterio de la Iglesia-Comunión
Trece años después de Evangelii nuntiandi, aquella síntesis de la identidad eclesial se nos ofrece con otra profundidad y más claramente articulada en el documento Christifideles laici (1988). El “misterio de la Iglesia”, es decir, su identidad más profunda, tiene ya un nombre: Iglesia-Comunión, que se identifica con el núcleo central de la evangelización: “La realidad de la Iglesia-Comunión es entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del ‘misterio’ o sea del designio divino de salvación de la humanidad.” (ChL 19.4)
Y la tensión de “evangelizar y ser evangelizada” se concreta ahora en el dinamismo establecido entre misión y comunión, pero en una relación íntima, donde la una no puede existir sin la otra, y donde la una se convierte en la otra y recíprocamente: “La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión.” (ChL 32.4). La comunión no queda, pues, encerrada en el interior de la Iglesia sino que la desborda y se hace misión:
Comunión y misión forman conjuntamente el ambiente vital que reúne a todos los fieles y depende de todos: “Obreros de la viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los fieles laicos, todos a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y de la participación en su misión de salvación. Todos y cada uno trabajamos en la única y común viña del Señor con carismas y ministerios diversos y complementarios.” (ChL 55.1).
En este ecosistema de la Iglesia-Comunión cada uno de los componentes vive en relación a los otros, sin perder su especificidad, la cual es riqueza para todo el conjunto: “En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común –mejor dicho, único – su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio.” (ChL 55.3)
Espiritualidad de comunión
“Vita consecrata” (1996) añadía el concepto de “espiritualidad de la comunión”: “El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión.” (VC 46)
Y el documento Novo millennio ineunte con el que Juan Pablo II saludaba la llegada del nuevo milenio la muestra es como la sangre que corre por las venas de todo el cuerpo de la Iglesia para llegar a todos sus miembros. De ella toma fuerza el gran reto: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.” (NMI 43)
El papel de los laicos: Sus responsabilidades en la misión y sus ministerios
El documento Christifideles laici apoya la misión de los laicos en virtud de los diversos ministerios que realizan: “Los fieles laicos, ellos también, están llamados personalmente por el Señor, en cuanto reciben una misión por parte de la Iglesia y del mundo (…) Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia tienen la vocación y la misión de anunciar el Evangelio: son capacitados y comprometidos para esta actividad por los sacramentos de iniciación y por los dones del Espíritu Santo”.
Se ve surgir un nuevo tipo de comunión y colaboración entre las diversas vocaciones y estados de vida, particularmente entre las personas consagradas y los laicos (Cf. Vida fraterna en comunidad, nº 70). En esta misma línea, se ven aparecer nuevas formas institucionales de asociación con los institutos. En todo este dinamismo, hay que recordar que “la unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de una legítima diversidad” y que la comunión en la Iglesia no es nunca en sentido único. “El deber de promocionar los diversos tipos de asociación reviste una gran importancia para la comunión” (Novo Millennio Ineunte, nº 46.3-4)
La vida comunitaria y la misión de los religiosos
El don más particular hecho a la Iglesia por parte de la mayoría de los religiosos es el esfuerzo por vivir su vida comunitaria a imagen de las comunidades de la Iglesia descrita en los Hechos de los Apóstoles. “La comunidad religiosa es signo e instrumento de la comunión fraterna, que es origen y término del apostolado” (La Vida fraterna en comunidad, nº 2.d.).
La idea clave sobre la comunión se encuentra una y otra vez en el documento Vita Consecrata: “A las personas consagradas, se les pide ser verdaderamente expertos en comunión y practicar dicha espiritualidad, como testigos y artífices del proyecto de comunión que está en la cima de la historia humana según el designio de Dios”, primeramente en el interior de ellas mismas y luego en la comunidad eclesial, incluso mas allá de sus límites….
La misión de los religiosos en el mundo de la educación
En el documento” La misión educativa de las personas consagradas hoy” (2002), se invita a reflexionar sobre el sentido de su presencia de en la escuela: “Trabajan en situaciones que han cambiado, en medios a menudo secularizados, son un número reducido dentro de las comunidades educativas. Todo eso está pidiendo expresar claramente su aporte específico en colaboración con las otras vocaciones presentes en la escuela”. Y continúa: “La personas consagradas no tienen necesidad de reservarse tareas exclusivas en la comunidad educativa. El carácter específico de la vida consagrada es ser signo, memoria y profecía de los valores del Evangelio”. “La primera y fundamental contribución de las personas consagradas en la escuela es la radicalidad evangélica de su vida”. Y subraya la Importancia de la fraternidad como signo profético.
Los lasallistas, Hermanos y seglares, realizan la misión de la Iglesia
El carisma es un don del Espíritu a la Iglesia y por consiguiente no lo podemos “secuestrar” y retener únicamente para nosotros. En realidad no se trata de que los religiosos compartamos un carisma que nos pertenece y que se adapta ahora a una realidad laical. El carisma precede a su encarnación en el ámbito religioso o laical. Estamos todos llamados, consagrados y seglares, a beber del mismo pozo y a vivir el mismo carisma a partir de nuestra propia vocación específica.
La misión lasallista de la educación humana y cristiana forma parte de la única misión de Jesucristo, y se ha recibido de la Iglesia a través de la Bula de Aprobación. Como Instituto, partícipe de la única misión de la Iglesia, pasamos de “la misión del Instituto” a la “misión de Iglesia” compartida entre Hermanos y seglares, respetando mutuamente el régimen de cada uno.
La práctica en el Instituto del “intercambio de dones” es posible gracias a la formación de una comunidad de Hermanos y seglares para una misión educativa humana y cristiana: “la colaboración y el intercambio de dones se vuelven más intensos cuando los grupos de laicos, en el seno de la misma familia espiritual, participan por vocación y a su manera propia, en el carisma y en la misión del Instituto” (70.3).
Si la colaboración se dio, a veces incluso en un reciente pasado bajo forma de suplencia en razón de la carencia de personas consagradas… en el presente nace de la exigencia de compartir las responsabilidades no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración a vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto. Se pide, pues, una formación adecuada de las personas consagradas y de los laicos para una colaboración recíproca y enriquecedora” (Caminar desde Cristo, nº 31.3.).
Para los “Hermanos de las Escuelas Cristianas” que llevan marcados los dos ejes eclesiales en su nombre institucional, ha sido un regalo precioso esta reflexión postconciliar de la Iglesia y el vocabulario correspondiente, porque les permite poner las palabras apropiadas al relato de su experiencia original, a la fuente de su identidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas. Son “fraternidad ministerial para la educación cristiana”, que es la manera de decir que lo suyo es encarnar proféticamente la comunión para la misión, desde el carisma lasallista y en una parcela concreta de la misión eclesial, que es la educación de los pobres.
2.2 Hacia una espiritualidad lasallista seglar
La misión es fuente de espiritualidad; nuestra espiritualidad, la lasallista, se alimenta de la responsabilidad ministerial de los educadores. Por ello, si algo la caracteriza es el “espíritu de fe y celo”. Son expresiones que se van entendiendo en la medida en que se experimentan.
El espíritu de fe nos asoma a la Bondad de Dios; el celo es el empeño por procurar la Gloria de Dios. Y uno alimenta al otro.
Concretar el espíritu de fe nos lleva al encuentro con Dios y nos invita a establecer el primer gran lazo lasallista: la filiación. Esa experiencia de Dios Padre que a La Salle le invitó y condujo a la misión lasallista, hoy a nosotros nos guía como animadores y acompañantes de niños y jóvenes y también de otros educadores. Nos ayuda a seguir interpretando las manifestaciones de ese proyecto de salvación de Dios para con el hombre. Nos hace experimentar que somos instrumentos, mediadores de Dios, porque Él ha iluminado nuestros corazones para anunciar su Palabra a los niños, para descubrirles la Gloria de Dios. Nos predispone a vivir en comunión; aún no hemos sabido concretar en la mayor parte de los casos el cómo, pero percibimos esta llamada con claridad. Nos hace atentos a la Palabra de Dios, que es leída desde y para la vida: nos mueve a hacer presente a Dios en lo cotidiano, pero especialmente en la realidad de los niños y jóvenes que se configuran según el designio salvador de Dios.
Este espíritu de fe nos hace ver a Dios Hijo en todos, pero de manera especial en los que necesitan más, en los de comportamiento difícil, en los más lentos, en los menos agradecidos con nuestros esfuerzos. El espíritu de fe hace que la escuela, la comunidad educativa y los educadores tengamos una clara preferencia por ellos.
El celo nos pone en marcha para encaminar a las personas de las que somos responsables. Nos mueve y remueve por dentro para que encontremos la forma de acercarnos a las personas allí donde están y proponerles un camino que si ellos no hacen van a quedar sin andar. Nos hace responsables de esta misión y del ministerio que conlleva, que nos está convocando. El celo hace carne a la fe. Además de tocar nuestras personas para lo que hacemos, el celo transforma desde dentro: nos mueve a desarrollar las capacidades, no para ser mejores (lo cual estaría bien) sino para desempeñar la misión de modo eficaz: somos testigos y nuestro ejemplo es más referencial que nuestras palabras.
El celo nos compromete con las opciones que vamos haciendo y nos mueve a hacerlas públicas, para que sean vistas, para que interpelen y colaboren a la misión. Sin él, la misión podría ser especulación o buena intención. El celo hace que respondamos a la Palabra leída en la Escritura y en las personas de los niños, jóvenes, padres y otros educadores.
Los seglares definiremos nuestra espiritualidad desde la realidad que vivimos pero tendrá un peso especial el ministerio de la educación. Es éste el que nos identifica como lasallistas: ser lasallista nos es una dignidad superior a la de ser cristiano, pero subraya un modo específico de vivir el compromiso cristiano que no es mejor ni peor que otros: sencillamente, el nuestro.
2.3. Rasgos identitarios del seglar lasallista
- Vida interior: Nos empuja a adoptar posturas reflexivas ante los temas relacionados con la misión lasallista. ¿Qué necesidades atendemos? ¿A quiénes? ¿De qué modos? También se manifiesta como esta predisposición a dejarse interpelar por los otros y especialmente por la Palabra de Dios. Y, finalmente, nos mueve a la oración, al encuentro personal con Dios.
- Espíritu de fe y celo: Que se manifiesta primeramente en gestos de compromiso con los niños y jóvenes que no son confiados, que pasa luego a suscitar la necesidad de atenderles en su educación, que se hace patente en la preocupación por la formación permanente, y que nos llama a poner a otras personas en proceso, una vez que hemos comenzado a caminar.
- Atención a la realidad: Salir al encuentro de los jóvenes para iniciarles en su propia vida, para que descubran su propio estilo de vida y asuman una jerarquía de valores donde la solidaridad y la justicia ocupen un lugar relevante.
- Al servicio de niños y jóvenes: Vivir la educación, primero como vocación, para ir descubriendo en ella un ministerio, un servicio de la Iglesia, a la Iglesia y para la Iglesia.
- Desde la gratuidad: Por un lado, sin esperar recompensa. Por otro, atendiendo a los niños y jóvenes que vienen a nuestro lado como si Dios mismo les enviara.
- Enviados a una misión: Con dolor por ver situaciones por las que pasan los jóvenes. Con desvelo por llevar esperanza a sus vidas. Comprometidos con ellos para que encuentren sentido a su existencia. Y con gozo y confianza porque sabemos que Dios quiere que se salven.
Es cierto que nuestro compromiso con la misión puede haber variado muy poco cuantitativamente desde que la descubrimos y nos sentidos concernidos por ella, pero hemos ido rectificando, corrigiendo, asumiendo nuevos aspectos conforme intuimos el alcance que tiene para nosotros. Por eso, cualitativamente, hemos dado respuestas diferentes. Así hemos descubierto lo que significa educar humana y cristianamente a los niños y jóvenes.
No se trata de educar primero humanamente y después cristianamente, o de educar humanamente para después hacerlo cristianamente de modo eficaz: se trata de educar integralmente a los niños y jóvenes, atendiendo a sus necesidades, sin distinguir las humanas de las espirituales.
Esto es lo que sugiere no hagáis distinción entre los deberes de vuestro estado y los de vuestra salvación, según decía La Salle. Que la misión es tan exigente que no es para quien quiera dedicarse a tiempo parcial. Necesita personas dedicadas por entero. Y ello, en el marco de una comunidad.
En todos estos descubrimientos se destila un aroma común: gran fe en las personas que se esfuerzan por educar; una fe tan grande que no se sostiene sin fe en Dios.
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